Desgraciadamente nuestra vida y la de este mundo se rige a través de etapas concéntricas. Así, llegado el verano, vuelven de nuevo los infaustos incendios. En esta ocasión le ha tocado el turno a Las Palmas de Gran Canaria y Tenerife, donde ya se contabilizan unas 35.000 hectáreas de bosque perdido. La cifra de evacuados alcanza ya los 9.000, e incluso hay personas, a los que ya se les califica de suicidas, que se niegan a abandonar sus hogares, sin temor a que éstos, con ellos dentro, puedan ser pasto de las llamas. Ahora se especula con la posibilidad de que el fuego haya sido provocado, puesto que el epicentro del incendio se sitúa en Los Realejos, el cual, según dicen los diarios, suele ser origen habitualmente de incendios. Obviamente los servicios de extinción están trabajando a toda velocidad y casi a contrarreloj, mientras que la clase política, alimentada por los medios de comunicación, se dedica a reprocharse de manera bilateral la forma de gestionar dicha extinción. Hasta el momento sólo se conoce la visita de la ministra de Medio Ambiente a la zona, y la detención e ingreso en privisión provisional de un trabajador forestal, como imputado en el caso. Sea por descuido o sea por despreciables intereses económicos, queda patente la poca importancia que le prestamos a nuestro entorno, sin ser conscientes de la función fundamental de éste para nuestras vidas.
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