martes, octubre 13, 2009

Agora : En el nombre de Dios

Si por algo se caracteriza, entre otras cosas, Alejandro Amenábar, es por su paciente y laboriosa documentación preparatoria previa al rodaje de un nuevo proyecto. Sus dos últimas obras, “Los otros” y “Mar adentro” fueron filmes realizados con una profunda y exhausta investigación sobre el texto, con la sana intención de evitar errores que pudieran arrastrarse a la filmación. Agora no ha sido objeto de excepción, lo que ha provocado, por un lado, que el lapso de tiempo de filmación se haya dilatado y, por otro, que el nivel de expectación haya aumentado conforme se iban recibiendo noticias de este nuevo reto.

Amenábar se propone otro reto personal ahondando en una historia rica, virgen cinemátograficamente hablando, y que le sirve como mera excusa para realizar una exposición crítica del fundamentalismo religioso durante la expansión del cristianismo en las postrimerías del Imperio Romano. Formalmente la película no tiene peros, aunque bien es cierto que quienes hayan sido testigos de las obras clásicas del péplum verán en Agora una hermana menor de aquellas obras míticas. El director se desenvuelve con soltura entre los recovecos de la biblioteca de Alejandría o en los enfrentamientos bélicos en el propio ágora gracias a un sabio uso de las grúas y del travelling, otorgando plena visión de una ciudad expuesta a los postulados de los fanáticos religiosos, capaces de mover masas y de lanzarlos al suicidio colectivo gracias a su poder de oratoria.

Los problemas de “Agora” provengan quizás en el aspecto narrativo, ya que el film se mueve entre lo instructivo y lo crítico, entre el drama romántico y el conflicto político-religioso, pero lo hace con ciertos vaivenes que no consiguen aunar con lógica fílmica un discurso que se desarrolla con excesiva frialdad y de espaldas al espectador. Así, las teorías astronómicas del personaje de Hypatia, un personaje rico en matices al que se le podía haber extraído mucha más información y protagonismo, quedan en un mero segundo plano ante la trama religiosa, provocando una cierta “cojera” que no reacciona hasta el tramo final del metraje. Ciencia y religión conviven durante todo el film pero en campos opuestos, sin tocarse, para finalmente dar respuesta a un desenlace quizás incoherente. Por otro lado, la frialdad de los personajes provoca la desnaturalización del aspecto romántico, y así asistimos a un gélido flirteo a dos bandas que no acaba de cuajar, al que le falta cierto brio y le sobra contención.

Agora es un film formalmente notable, interesante en todo momento,e incluso brillante en alguna de sus secuencias, pero que peca de cierta falta de conexión en sus diversas ramificaciones y sus postulaciones. Amenábar profundiza en exceso en el conflicto religioso, quedando sus intenciones claras y patentes, pero descuida la trama subyacente que ofrece mayor interés al espectador. No debemos olvidar que el film ha sufrido una mutilación de 20 minutos con respecto a la edición original que se proyectó en Cannes, circunstancia ésta que le ha podido hacer valer una pérdida de detalles y de elementos que enriquezcan las disgregaciones secundarias de Agora. Amenábar se reivindica como un buen director en potencia, muy centrado en su trabajo y consciente de sus pretensiones, y ese ascenso progresivo de peldaños le llevará a la cima. De momento, sigue aprendiendo.

lunes, octubre 05, 2009

REC 2 : Potencia sin control

Mucho se esperaba de la secuela de uno de los sleepers del reciente cine español. REC fue una película de bajo presupuesto rodada en cuatro semanas y que demostró que aún es posible innovar en un género tan en baja forma y excesivamente trillado como es el de terror. La originalidad narrativa de REC, mezclado con la eficiencia para generar miedo en el espectador, personificada en un crescendo de emociones y sensaciones de agobio y congoja, consiguieron dar en el centro de la diana y aunar el criterio (positivo) de crítica y público. Pero, a pesar de las iniciales reticencias de sus directores, Jaume Balaguró y Paco Plaza, de realizar una secuela, el hecho de dejar cabos de guión sueltos, un final abierto, la venta de derechos para un remake norteamericano y el éxito de taquilla fueron motivos suficientes para emprender una nueva incursión en esa casa calificada como el infierno con mayúsculas.

No nos engañemos, REC 2 no es una mala película, pero desgraciadamente no causa el efecto que sí generó la primera entrega. Ya no se trata, obviamente, del efecto sorpresa, que se ha perdido por el camino (REC gozó de una estupenda campaña de marketing que optó por no desvelar secretos de la historia ni del rodaje), y es que el espectador ya conoce la historia precedente y sabe a lo que se va a enfrentar. REC 2 opta por atar esas líneas sueltas de guión que quedaron pendientes, girar en parte el curso de la historia, y potenciar al máximo la envoltura formal. Balagueró y Plaza estructuran el devenir narrativo en tres líneas de guión que, si bien tienen en principio inspiraciones independientes, finalmente convergen en el mismo núcleo de ese infierno transformado en arquitectura urbana. Desgraciadamente esas tres líneas no gozan de la misma intensidad, lo que provoca cierta irregularidad rítmica en el metraje.

REC 2 se inicia a lo grande, desplegando todas sus armas. Un equipo de operaciones especiales se adentra en la casa y, gracias a las cámaras que portan en sus cascos, asistimos a los mejores momentos del film, ya que el espectador tiene en todo momento una visión global del terror, a la vez que proporciona espectacularidad y una sensación subjetiva de implicación en esos angostos y lúgubres pasillos. La acción discurre con precisión en esta fase y esa emoción se transmite al espectador, que apasionado, ve como la nave Nostromo se ha convertido en una pequeña omunidad de propietarios. Pero tras esta explosión de buen cine de acción, la película transcurre por otros derroteros más cotidianos, realistas, que logran disminuir la intensidad de la narración, presentando nuevos personajes con los que el espectador no comulga (es más, despierta en él el deseo de que "desaparezcan" lo antes posible), y esos meros diez minutos son suficientes para conseguir una desconexión de un film que hasta el momento no proporcionaba terror pero sí tensión y adrenalina en forma de celuloide.

No es sino con la conexión de nuevo con el eje principal del guión cuando REC 2 vuelve a generar interés, desembocando en el rescate de un personaje que da sentido al díptico en su conjunto (aunque los codirectores pecan de evidentes y redundantes, en el sentido que el plano final se sobreentiende). Por el camino éstos se han permitido el lujo, mitad curiosad, mitad sonrojo, de realizar homenajes al género (el de El exorcista en más que evidente), evocando a Aliens o "La noche de los muertos vivientes", pero lo más sangrantes es que esta potenciación de la acción ha degenerado en una disminución del efecto terror, que ha desaparecido por completo en pos del suspense por el susto de rigor. Sólo la fase final del metraje, que nos adentra de nuevo en el núcleo del miedo, y esa intermitente utilización de la cámara de visión nocturna, proporciona cierto desasosiego.

En definitiva, REC 2 ha sabido utilizar los mecanismo propios de una secuela sin caer en acomodados convencionalismos de género, y ofrece al espectador un viaje por las interioridades del infierno, multiplicando la casquería y el frenesí rítmico, bajo un impecable aspecto formal, pero en detrimento del miedo y del leit motiv del film, el terror.

Si la cosa funciona : Cotidianeidad dignificada


Retorna Allen, tras su irregular periplo europeo, a la senda neoyorquina, con todo lo que ello conlleva y que los seguidores del realizador ya deducirán. Atrás quedaron los flirteos con el drama, los apasionados retratos de parejas en ciernes, los tintes de cine negro, las traiciones y corruptelas traseras, etc. "Si la cosa funciona" era un guión que dormía el sueño de los justos en uno de los cajones de Allen, y es que fue escrito en su día para ser interpretado, en su papel principal, por Zero Mostel, lo que frustró la muerte de éste.

Revisado y actualizado, el texto de "Si la cosa funciona" funciona y rueda a las mil maravillas a pesar de contar con elementos tradicionales en la obra del director judío. Larry David, alter ego en el film del propio Woody Allen, encarna a la perfección sus neuras y ese particular carácter, mezcla de cascarrabias y adorable anciano, aunque aún muy lúcido. Allen retrata una sociedad carente de valores, una juventud con pocas expectativas (consecuencia en parte de un nefasto sistema educativo), y vuelve a cargar contra la derecha recalcitrante y reaccionaria, la falsa democracia, la religión como falso refugio de la infelicidad e incluso la inestabilidad familiar derivada de la falta de comunicación y la imposición de principios propios. Gracias a ello, y partiendo del eje principal de la relación amorosa entre una joven y un antiguo físico entrado en años (que ahora se gana la vida dando clases particulares de ajedrez a niños), Allen incluye evidentes dosis autobiográficas sobre la hiriente visión de la sociedad ante tal diferencia de edad, justificándola y exigiendo el respeto ajena bajo la máxima "Si la cosa funciona".

Con tal premisa Allen se viste de profeta del buenrrollismo, de lo políticamente correcto, fluctuando por recovecos que incluyen la homosexualidad, el liberalismo y la vida bohemia y contemplativa, siempre desde un prisma cómico y no falto de acidez y socarronería. Larry David se convierte así en esa conciencia que dice lo que debe y no debes hacer, mientras que vive aislado y apartado del alocado mundo al que odia (en este sentido nos puede recordar a otras cintas del director como Manhattan, "Desmontando a Harry" o "Todo lo demás"). Además, Allen no olvida que tras la pantalla hay un público expectante, y por ello crea una empatía entre protagonista y espectador digna de aplauso (no faltan las características secuencias donde el personaje mira a la cámara y se dirige al público), inciendo así en lo que siempre ha enfatizado Woody Allen, más que un director de cine es un contador de historias.

"Si la cosa funciona" supone el retorno al cine tradicional de Woody Allen, aquel cargado de ironía bajo una sencilla historia donde convergen diversos puntos de vista sobre, esencialmente, el amor como centro de choque. Quizás peque de una puesta en escena excesivamente teatral, pero ante tal sabiduría en la dirección de actores (Allen es capaz de dignificar cualquier interpretación). Por otro lado, al film le falta algo de garra en algunos pasajes, especialmente en la fase donde la relación protagonista se va afianzando, ya que, aunque sin caer en el tedio, la sucesión narrativa se estabiliza y parece pedir ayuda.

Un título más en la vasta obra de un espléndido autor que, sin explotar ningún tipo de innovación, y basándose en meros acontecimientos cotidianos sabe dotarlos de un don cómico y un mensaje moralizante que se adapta perfectamente a los cambios sociales, esos que, casi siempre, son a peor.