martes, noviembre 15, 2011

Un dios salvaje: Exorcizando los demonios

 
Independientemente de la catadura moral con la que se juzgue el plano personal del realizador Roman Polanski, lo que es incontestable es su habilidad para plasmar en la gran pantalla las interioridades humanas y hacer aflorar los demonios que la raza humana posee, de forma inconsciente, por naturaleza, como ya plasmara en obras como "La muerte y la doncella", "Repulsión", "El quimérico inquilino" o "La semilla del diablo". Con "Un dios salvaje" se ha aferrado a las formalidades teatrales que imponen la unidad de tiempo y espacio, con sumo riesgo pero con excelso acierto. Polanski logra una maratón ascendente que evidencia las carencias humanas y el juego de las apariencias y la presuntuosidad merced a unos personajes en estado de gracia (con especial atención a Christoph Waltz) y a una dosificación milimétrica del timing y el lenguaje cinematográfico. Limitada en sus hechuras, pero resuelta con desparpajo y precisión, "Un dios salvaje" flirtea con la comedia con la rabia contenida y un mensaje aplastante de fondo, donde cada plano, cada situación y cada frase resulta coherente y los silencios resultan de lo más expresivo. Cine de actores, de grandes actores, dirigidos por la mano maestra de un genio que nunca dejó de serlo.
 
 

miércoles, septiembre 28, 2011

Pa negre, camino al Oscar

Finalmente será la gran triunfadora en los últimos premios Goya, Pa Negre, de Agustí Villaronga, la elegida por la Academia de cine española en la carrera hacia el Oscar. Recordemos que las otras dos candidatas eran "La piel que habito", de Pedro Almodóvar, y "La voz dormida", de Benito Zambrano (cuyo estreno en salas será el próximo 21 de octubre). Difícil elección la de este año, no por el hecho de que sean películas de baja calidad, sino por su carácter particular y singular que las hacen difíciles de exportar al mercado norteamericano. Sin duda ha sido una sorpresa, pues la cinta de Almodóvar es la que más puntos a favor tenía, dada la simpatía que su cine despierta fuera de nuestras fronteras (y la gran capacidad de exportación que su hermano, Agustín, productor del filme, ha demostrado a lo largo de su carrera). Le deseamos toda la suerte del mundo a Agustí Villaronga, aunque me temo, y sin ánimo de ser agorero, que el universo oscuro y pesimista de Villaronga no encaje demasiado con los gustos del público yanqui. Crucemos los dedos.


miércoles, marzo 30, 2011

Piranha 3D: Qué festín, de postín

Corría el año 1978 cuando un absoluto desconocido Joe Dante, quien a la postre iba a convertirse en un reputado director de cine fantástico, con algunas películas emblemáticas en su haber, se ponía tras la cámara por primera vez para revitalizar el apabullante éxito obtenido por Steven Spielberg con "Tiburón", aunque con unos medios mucho más modestos y una perspectiva bien distinta. "Piraña" hoy en día es recordada más por la leyenda que está detras de ella que por sus puras virtudes y su valía artística, al ser, como ya se ha dicho, el debut en la dirección de Joe Dante, el contar con un guión escrito por el mismísimo John Sayles (director independiente de reconocido prestigio) y suponer la secuela de este título la ópera prima del hoy aupado en los altares James Cameron. El film se adscribía a la serie B en su estado puro, el de la carencia presupuestaria, el desparpajo y la desvergüenza sin miramientos, pero respetando los cánones establecidos por el cine de terror de los 70, aquel que castigaba con crueldad en pantalla al ser humano y, por extensión, al espectador que asistía atónito a un espectáculo macabro fascinante y horrendo a partes iguales.

Han pasado los años y, con ellos, la forma de enfocar el cine de terror. La serie A está compuesta por cintas que poco o nada tienen que ver con la concepción clásica del terror, anclándose en la explotación escénica del slasher ávido de sangre joven y turgente, las posesiones demoníacas o el revival de películas pretéritas, mientras que la serie B ha quedado relegada a los festivales de exhibición minoritaria o a formatos de telerrealidad que fotocopian el precedente de "El proyecto de la bruja de Blair". En el caso de Piraña, sin duda fue un gusto saber que sería Alexandre Aja el encargado del proyecto, pues tanto su obra inaugural, "Alta tensión", como las posteriores, todas ellas remakes, iban más allá de la mera revisión con fines netamente alimenticios, sino que imprimía a sus películas una admiración y respeto por el original evidentes y, por ello, plausibles.

"Piraña 3D" vuelve a ser aquella película desvergonzada, caótica e insustancial como lo fue su predecesora, pero actualizado a tiempos modernos, donde la pérdida de valores se ha tornado más evidente y palpable, la sociedad del carpe diem es una constante vital y la alienación y degradación socio-cultural se ha convertido en un cáncer irreparable. Así, su argumento viene a ser tan simple como el original, y el público espera enfervorecido el castigo divino impuesto por las fuerzas de la naturaleza, personificadas en esos pequeños pero voraces depredadores, posicionándose de su lado y no de los protagonistas, meros muñecos inertes y,en parte, merecedores de su fatal destino. Aja se adapta con paso firme a las nuevas tecnologías, respetando la estética, en los primeros compases del film, propia de los años 70, para posteriormente dar rienda suelta a las posibilidades ópticas del 3D, realmente logradas en las escenas subacuáticas. 

Obviamente "Piraña 3D" está concebida como una película veraniega, época en la que los sesos están semiderretidos y la exigencia del público se arrastra por los suelos, y por tanto atacarla por el hecho de sus diálogos anodinos, su esquematismo dramático y su gratuidad escénica no suponen más que meras evidencias que caen por su propio peso. El realizador francés es consciente de las limitaciones literarias con las que cuenta pero, a pesar de ello, sabe sacar adelante con mucha personalidad, una dosis de exhibicionismo carnal de artificio y una ración gigante de hemoglobina un relato que viene a acentuar, con tono crítico, el carácter acomodado del ser humano, la falta de respeto por los valores primarios y recuerda que toda conducta reprobable tiene su castigo. Los verdaderos valores de "Piraña 3D" residen en su tono hilarante, desprejuiciado y sarcástico, armándose de unos medios técnicos al servicio de la historia sin pretensiones, y que tienen su punto álgido en las secuencias más cruentas, realmente conseguidas, donde el terror hace acto de presencia y el miedo, inapreciable a simple vista, campa a sus anchas. Si a ello le añadimos un despliegue de tintes hiperbólicos en su exhibición de miembros amputados y casquería varia, queda claro que el público al que va dirigido el film no puede ser más limitado y, con ello, iniciado. El resultado es un cóctel de excesos e insensateces altamente disfrutable, pero que exige cierta autocomplacencia por parte del espectador ante la nadería y la falta de aspiraciones que "Piraña 3D" aporta, y que el director, con aires gamberros y desmelenados, escupe a la cara del espectador.

martes, marzo 22, 2011

Torrente 4: Caspa infinita

Resulta cuanto menos de ilusos esperar algo de provecho en la cuarta entrega de Torrente, saga sobreexplotada por antonomasia que, casualidades de la vida, ha sido llamada a salvar la defenestrada taquilla del cine español. Aun así, quien escribe, tras haber sufrido en las dos anteriores ocasiones vergüenza ajena ante las andanzas del policía de dudosos valores, decidió tenderle la mano una vez más al no tan tonto brazo de la ley y, por extensión, al señor Santiago Segura. Pocas veces me he sentido tan incómodo en una sala de cine, ya no por el jaleo general que crean este tipo de películas, ni por la falta de comportamiento y educación de parte del público, algo ya tristemente generalizado y asumido como "normal" en esta decadente sociedad, sino por la nadería que surgía de la pantalla, de asumir, conscientemente, el haber tirado al más putrefacto de los vertederos algo más de 90 valiosos minutos. 

Segura ahonda, una vez más, en los recursos del chiste fácil y poco elaborado que rezuman de su personaje, a saber, homofobia, xenofobia, racismo, puterío y poca, muy poca higiene, de modo que su nueva propuesta no es más que un nuevo acto de descriptivismo, casi obsceno, de los rancios valores de su protagonista, algo que, salvo que tu edad mental esté por debajo de los 8 años, no resulta excesivamente gratificante ni satisfactorio. Como era de esperar, la legión (cada vez más) de pseudopersonajes del mundo del cotorreo y la lengua viperina deambula por el set tratando de dar credibilidad a lo increible y pretendiendo ser actores por un día, sin ser conscientes del sentido de la vergüenza y de la autocrítica. Con este plantel, no esperen una historia mínimamente coherente, ya que, de haberla, ésta ha sido confeccionada a base de retales cuya progresión narrativa funciona a ritmo de gags, metidos con calzador, y de un nivel intelectual digno de la mejor sobremesa televisiva. 

Torrente debutó en 1998 sorprendiendo a propios y a extraños con una simpática fábula que poco tenía de crítica o de radiografía social como algunos querían ver, pero que merecía un reconocimiento por su honestidad y por haber dado vida a un personaje detestable, pero a la vez icónico. Santiago Segura, aka Torrente, dispuso como partenaire en su debut a Javier Cámara, y en su fallida secuela a Gabino Diego. ¿Qué retorcida razón le habrá llevado a contar en esta cuarta parte con Kiko Rivera? Y es que Torrente se ha convertido en un fenómeno mediático, una atracción a la que todo el mundo quiere subir por no sentirse marginado socialmente, y en la que dignidad y la entereza se pierden en pos de contar con el beneplácito de la masa y de seguir la orientación que marca el rebaño social.

Con el paso de las entregas Segura ha sabido, con pecho henchido y ciertas dosis altivas, rentabilizar una idea que pocos pensaban fuera a triunfar, pero la broma ha perdido su gracia, y de ahí a mancillar títulos memorables como "La gran evasión", "Cadena Perpetua, "Vértigo" o "Evasión o Victoria" hay un mundo, y Torrente 4 ha sobrepasado ese límite, congratulándose del mal gusto, la zafiedad y la adoración a la estulticia, sin reparar en los pilares básicos que configuran una obra cinematográfica. Torrente es un fenómeno de retroalimentación capaz de sobrevivir a costa de ingerir sus propias heces y que está dispuesto a perdurar durante muchas más entregas, siempre que su público lo acoja con los brazos, sobacos sudados incluidos, abiertos.

No busquen en Torrente 4 una historia ingeniosa, no la hay; no busquen diálogos brillantes, no los hay; no busquen una precisión en la dirección, no la hay; no busquen una gran labor actoral, no la hay; no busquen los diez euros de la entrada, ya no los hay, se fueron por el W.C.

jueves, febrero 17, 2011

Saw VII 3D: Pieza a (des)pieza

Las noches de Halloween de los últimos años han servido no sólo como exaltación de una de las fiestas yanquis por antonomasia que celebra no se sabe bien qué, sino también como plataforma de lanzamiento y posterior expansión de una saga adscrita al (defenestrado) género de terror que comenzó con aires prometedores y que, con el paso de las posteriores entregas, ha devenido en un macabro pulso al aguante físico y psicológico al espectador, perdiendo todo su espíritu primigenio. Pocas sagas han sufrido tal grado de sobreexplotación, Viernes 13, Pesadilla en Elm Street, Halloween han sido vivos y vergonzantes ejemplos de un vacuo aprovechamiento de una seña de identidad en pos de un rédito económico a costa de la calidad y la lógica racional.

Saw VII se publicita como el cierre de la saga, y se agarra firmemente a la última moda del 3D, medida antipiratería de la que algunos alardean bandera en mano, y que imprime un halo efectista y poco amable con el resultado general de las películas, al tratarse, salvo la honrosa excepción de Avatar, de una tridimensionalidad impostada y en absoluto necesaria para la narración fílmica. La séptima entrega de la exitosa, a nivel exclusivamente económico, de la franquicia iniciada como un vehemente ejercicio de guión, trata de salvar los muebles, de poner parches a un queso emmental, de arreglar el desaguisado conformado por las cuatro, y si me apuran, cinco entregas anteriores, en las que las sucesivas escenas de tortura y crueldad humana se simultaneaban con verdaderas catástrofes resolutivas en el guión. En este sentido Saw VII, dentro de su inoperancia y su talante redentor, funciona a medio gas,  debiendo el espectador ser excesivamente indulgente y tolerar, por el camino, una nimiedad que los guionistas han venido a denominar argumento y que se ahoga en su propia simplicidad y su esquematismo galopante. Poco ayudan a elevar el tono las bochornosas interpretaciones de algunos actores, más interesados en cobrar el cheque que en dejar patente su valía artística.

Saw VII pone al límite la sensibilidad y raciocinio del espectador, que se ve obligado en más de una ocasión a apartar la mirada de la pantalla, al asistir a un espectáculo circense con ínfulas sádicas y gratuitas que le empuja a reconsiderar por qué decidió pasar por taquilla. A medida que se han ido sucediendo las distintas entregas, el nivel de brutalidad y ensañamiento ha ido aumentando, y la explicitud en lo meramente sanguinario se ha erigido como protagonista substitutivo ante la ineptitud de poder hilar una historia mínimamente coherente y atractiva, algo que ha tocado techo con este aparentemente último capítulo (cosa que no me acabo de creer). La saga se cierra, o eso dicen, con un triple salto mortal que eleva a la enésima potencia el grado de casquería y despiece hasta tornarse en una macabra, y no apta para estómagos sensibles, exposición enfermiza de torturas y sometimiento sin objetivo ni fin específico. Ante la falta de argumentos, efectismo, esa es la consigna.

Películas como la trilogía de Posesión infernal, el cine zombi de George A. Romero o de Lucio Fulci, e incluso la mediocre y reciente Zombis nazis hacen uso de un gore blanco, utilizado como arma cómica, casi autocrítica, de momentáneo efecto en el espectador, pero las últimas entregas de Saw se limitan al juego del gato y al ratón mientras en la sala contigua se despiezan, con todo lujo de detalles, los incautos y caprichosos personajes que caen en manos del malvado Puzzle, logrando el rechazo en el espectador pero por su puro artificio, su carácter manipulador y su carencia, más allá de lo estético y arquetípico, de recursos de peso que convenzan a un espectador cansado de ser salpicado con sangre ajena.

viernes, febrero 11, 2011

Winter's bone: Oro bajo la nieve

Hay películas de las que se debe partir de una base, y es la de la predisposición. Que nadie se lleve a engaño. No recomendaría esta película a alguien que me preguntara qué le recomiendo de lo que ofrece la cartelera actual. Winter's bone es de esas películas, como ya ocurriera con La cinta blanca, que los que nos autodenominamos aficionados, mal llamados críticos de cine, queremos egoístamente para degustar en soledad, aquellas que no nos incomoda ver con la sala vacía (aunque este no fue mi caso, a pesar de lo que pudiera denotar los ronquidos en estereo que provenían de sendos espectadores a ambos lados de mi asiento). 

Existe una cierta tendencia en el preludio hacia los Oscar de aperturismo hacia el cine independiente, aquel realizado sin alardes presupuestarios ni excesos tecnico-artísticos, quizás como una pose de cara a la galería para lavar la imagen del glamour hollywoodiense, como ocurrió el año pasado con la fallida Precious, o bien como un merecido reconocimiento a un cine diferente, expresivo, atrapado en sus propias limitaciones y condenado al respeto pero al pronto olvido. Debra Granik ha trasladado a la gran pantalla, sin artificios y de un naturalismo que asusta, aquella realidad que no deseamos ver, a la que damos la espalda, y que la protagonista debe afrontar, actuando como un adulto pero movida por su inocencia e inexperiencia dada su temprana edad. Así, la directora plantea un pulso al espectador no iniciado, y afronta un reto que supone, de manera consciente, ir descartando, cual escalera formada por fichas de dominó, espectadores, hasta llegar a aquellos dispuestos a ver más allá de la mera superficie narrativa y el ritmo marcado por las mainstreams

Winter's bone explota un esqueleto guionístico que se antoja suficiente como vehículo conductor para sobrellevar el peso del film, acentuando Granik su mirada en los lugareños, en el malsano ambiente que se respira en la America rural y profunda, y adoptando formalidades inspiradas en el western. Si se puede calificar a esta película, el adjetivo adecuado sería el de arriesgada, y es que su languidez y su ritmo pausado y reposado pueden hacer desesperar a muchos, pero entusiasmar a los pacientes, a los que consideran el fluir de los fotogramas como pilar maestro de lo que denominamos cine. A pesar de su aparente brusquedad, Winter's bone se presenta como un engranaje al que el devenir del metraje le va otorgando las dosis justas de aceite, desencadenando un previsible desenlace, pero no por ello carente de un potente efecto demoledor y aterrador. Cine adulto, muy exigente, rodado casi de espaldas a lo convencional, un grito al cielo reivindicativo y desesperado. Una de esas pequeñas joyas que merece revisionarse para captar su pura esencia, aquella que está en cada mirada, en cada silencio, en cada frase, en el aire que se respira.

miércoles, febrero 09, 2011

127 horas: Aaron, no descontroles


Película a película, Danny Boyle ha sabido quitarse la etiqueta que le dió la fama pero que le ha perseguido a lo largo del tiempo por muy esperanzadora que fuese su nueva propuesta fílmica: ser el director de Trainspotting. El realizador británico ha hecho incursiones, con mayor o menor acierto, en la ciencia ficción, en la comedia dramática, en la denuncia social y hasta en el terror, tratando de ofrecer una perspectiva diferente a géneros sobreexplotados y dotarles de un envoltorio formal atractivo a la par que arriesgado. Obviamente, ello ha generado disparidad de opiniones entre el gran público, y que abarcan desde la indiferencia y la absoluta frialdad hasta el entusiasmo casi contagioso, lo que conlleva a afirmar que Boyle es, cuanto menos, un director que trata de aunar el concepto de proyecto comercial y la aplicación de un sello personal.

127 horas se adscribe a la moda de describir situaciones límite del ser humano, donde la claustrofobia y la lucha contra la muerte y las interioridades vitales se tornan en protagonistas, minimizando así costes y proyectando un mensaje reflexivo al espectador, evitando la pretenciosidad y la pedantería, gracias a un ágil ritmo y un lenguaje visual apabullante. Es aquí donde la cinta de Boyle cobra su mayor atractivo y consigue sus más logrados aciertos, al sortear la parquedad de la premisa argumental y reivindicar el uso de los recursos visuales como impulsor del lenguaje narrativo. Así, asistimos a estrategias audiovisuales como el split screen, el video digital, la inserción de cámaras subjetivas y la naturalidad fotográfica que no sólo logran una sensación de verosimilitud en la historia, sino también una cercanía terrenal agradecida por el espectador y que potencia el magnetismo con su butaca.

El film posee una sencilla estructura tripartita equilibrada y que apoya el peso de su efectividad en su fase central, tras una breve pero ajustada presentación de personajes (o mejor dicho, personaje), que premoniza sobre la tortuosa sesión de dolor y arrepentimiento a la que se va a ver sometido el protagonista. Es precisamente en el ecuador del film donde salen a relucir la contienda psicológica que se libra en el personaje del montañista, a base de evocaciones y contínuos flashbacks, que fluctúan entre la nostalgia, el deseo, la penitencia e incluso el humor. Vivimos entonces los mejores momentos del film, aquellos en los que Boyle sabe eludir con sabiduría los caminos del morbo que la trágica situación del protagonista tienta a invadir y se adentra en los sentimientos primarios de éste, con la adecuada elegancia y buen gusto, dentro de la penosidad y el dramatismo de lo que refleja las imágenes. Una situación de terror progresivamente creciente que desemboca en la famosa secuencia que ha alzado publicitariamente al film y que Boyle recrea, dentro de su crudeza y carnalidad, con celeridad y sin acentuación.

127 horas no llega al alto nivel que alcanzó Enterrado, de Rodrigo Cortés, ya que mientras aquella demostraba que era posible contar una historia con mínimos recursos, aquí se recurre, con evidentes logros y cuidada ejecución, a mostrar el miedo y la desesperación del ser humano asentándose en un argumento lineal y limitado, pero excelentemente apuntalado y apostando por la contención y la evitación del exceso y la gratuidad.