lunes, enero 15, 2007

Pierda peso ahora, pregúnteme cómo

Un recorrido en un viejo, cochambroso y oxidado turismo por las ruinas vetustas de Philadelphia es lo que nos propone Sylvester Stallone en su última propuesta, Rocky Balboa (sí, señores, no cuenten con los dedos, ¡¡la sexta entrega!!). Rocky, sesentón y viudo (ahora es cuando hay que decir todos al unísono : ¡¡Adriaaaan!!), monta un restaurante con inmigrantes ilegales y da la brasa a sus clientes con las típicas charlas del otrora glorioso boxeador, quienes disimulan a la perfección que les interesa lo que oyen mientras su filete de 12 dólares se queda más tieso que la mojama. Por otro lado, el actual campeón del mundo de los pesos pesados, que tiene su corazoncito, organiza un evento benéfico (ya saben que si no es así Rocky no boxea, él es un altruista empedernido) con el ánimo de acrecentar su mermada popularidad. Rocky dice que hace fresquito, que prefiere algo más local, suelta sermones a todo Cristo, y afirma que los boxeadores boxean (ni Kant lo hubiese dicho mejor). Visto que se espera la paliza del siglo, Stallone rescata las magníficas imágenes del entrenamiento de la película original y le pega con Photoshop un gordo comehuevos y viejuno con un perro feo, al compás de los mínimos arreglos musicales que Bill Conti ha hecho de la partitura original, para en la última media hora sacudirse durante 10 asaltos con el campeón del mundo, cerrando la hexalogía con un mensaje moralista, mitad patético mitad ridículo y que podría haberse ahorrado el sr. Stallone. Rocky nunca debió salir de Philadelphia. Ahora alcemos todos los puños y cantemos : Ta tan taaaaaaaan, ta tan taaaaan!!