martes, marzo 22, 2011

Torrente 4: Caspa infinita

Resulta cuanto menos de ilusos esperar algo de provecho en la cuarta entrega de Torrente, saga sobreexplotada por antonomasia que, casualidades de la vida, ha sido llamada a salvar la defenestrada taquilla del cine español. Aun así, quien escribe, tras haber sufrido en las dos anteriores ocasiones vergüenza ajena ante las andanzas del policía de dudosos valores, decidió tenderle la mano una vez más al no tan tonto brazo de la ley y, por extensión, al señor Santiago Segura. Pocas veces me he sentido tan incómodo en una sala de cine, ya no por el jaleo general que crean este tipo de películas, ni por la falta de comportamiento y educación de parte del público, algo ya tristemente generalizado y asumido como "normal" en esta decadente sociedad, sino por la nadería que surgía de la pantalla, de asumir, conscientemente, el haber tirado al más putrefacto de los vertederos algo más de 90 valiosos minutos. 

Segura ahonda, una vez más, en los recursos del chiste fácil y poco elaborado que rezuman de su personaje, a saber, homofobia, xenofobia, racismo, puterío y poca, muy poca higiene, de modo que su nueva propuesta no es más que un nuevo acto de descriptivismo, casi obsceno, de los rancios valores de su protagonista, algo que, salvo que tu edad mental esté por debajo de los 8 años, no resulta excesivamente gratificante ni satisfactorio. Como era de esperar, la legión (cada vez más) de pseudopersonajes del mundo del cotorreo y la lengua viperina deambula por el set tratando de dar credibilidad a lo increible y pretendiendo ser actores por un día, sin ser conscientes del sentido de la vergüenza y de la autocrítica. Con este plantel, no esperen una historia mínimamente coherente, ya que, de haberla, ésta ha sido confeccionada a base de retales cuya progresión narrativa funciona a ritmo de gags, metidos con calzador, y de un nivel intelectual digno de la mejor sobremesa televisiva. 

Torrente debutó en 1998 sorprendiendo a propios y a extraños con una simpática fábula que poco tenía de crítica o de radiografía social como algunos querían ver, pero que merecía un reconocimiento por su honestidad y por haber dado vida a un personaje detestable, pero a la vez icónico. Santiago Segura, aka Torrente, dispuso como partenaire en su debut a Javier Cámara, y en su fallida secuela a Gabino Diego. ¿Qué retorcida razón le habrá llevado a contar en esta cuarta parte con Kiko Rivera? Y es que Torrente se ha convertido en un fenómeno mediático, una atracción a la que todo el mundo quiere subir por no sentirse marginado socialmente, y en la que dignidad y la entereza se pierden en pos de contar con el beneplácito de la masa y de seguir la orientación que marca el rebaño social.

Con el paso de las entregas Segura ha sabido, con pecho henchido y ciertas dosis altivas, rentabilizar una idea que pocos pensaban fuera a triunfar, pero la broma ha perdido su gracia, y de ahí a mancillar títulos memorables como "La gran evasión", "Cadena Perpetua, "Vértigo" o "Evasión o Victoria" hay un mundo, y Torrente 4 ha sobrepasado ese límite, congratulándose del mal gusto, la zafiedad y la adoración a la estulticia, sin reparar en los pilares básicos que configuran una obra cinematográfica. Torrente es un fenómeno de retroalimentación capaz de sobrevivir a costa de ingerir sus propias heces y que está dispuesto a perdurar durante muchas más entregas, siempre que su público lo acoja con los brazos, sobacos sudados incluidos, abiertos.

No busquen en Torrente 4 una historia ingeniosa, no la hay; no busquen diálogos brillantes, no los hay; no busquen una precisión en la dirección, no la hay; no busquen una gran labor actoral, no la hay; no busquen los diez euros de la entrada, ya no los hay, se fueron por el W.C.

1 comentario:

  1. Completamente de acuerdo con tu crítica. No podría haberlo expresado mejor. Enhorabuena, como siempre, por tus palabras.

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