miércoles, febrero 09, 2011

127 horas: Aaron, no descontroles


Película a película, Danny Boyle ha sabido quitarse la etiqueta que le dió la fama pero que le ha perseguido a lo largo del tiempo por muy esperanzadora que fuese su nueva propuesta fílmica: ser el director de Trainspotting. El realizador británico ha hecho incursiones, con mayor o menor acierto, en la ciencia ficción, en la comedia dramática, en la denuncia social y hasta en el terror, tratando de ofrecer una perspectiva diferente a géneros sobreexplotados y dotarles de un envoltorio formal atractivo a la par que arriesgado. Obviamente, ello ha generado disparidad de opiniones entre el gran público, y que abarcan desde la indiferencia y la absoluta frialdad hasta el entusiasmo casi contagioso, lo que conlleva a afirmar que Boyle es, cuanto menos, un director que trata de aunar el concepto de proyecto comercial y la aplicación de un sello personal.

127 horas se adscribe a la moda de describir situaciones límite del ser humano, donde la claustrofobia y la lucha contra la muerte y las interioridades vitales se tornan en protagonistas, minimizando así costes y proyectando un mensaje reflexivo al espectador, evitando la pretenciosidad y la pedantería, gracias a un ágil ritmo y un lenguaje visual apabullante. Es aquí donde la cinta de Boyle cobra su mayor atractivo y consigue sus más logrados aciertos, al sortear la parquedad de la premisa argumental y reivindicar el uso de los recursos visuales como impulsor del lenguaje narrativo. Así, asistimos a estrategias audiovisuales como el split screen, el video digital, la inserción de cámaras subjetivas y la naturalidad fotográfica que no sólo logran una sensación de verosimilitud en la historia, sino también una cercanía terrenal agradecida por el espectador y que potencia el magnetismo con su butaca.

El film posee una sencilla estructura tripartita equilibrada y que apoya el peso de su efectividad en su fase central, tras una breve pero ajustada presentación de personajes (o mejor dicho, personaje), que premoniza sobre la tortuosa sesión de dolor y arrepentimiento a la que se va a ver sometido el protagonista. Es precisamente en el ecuador del film donde salen a relucir la contienda psicológica que se libra en el personaje del montañista, a base de evocaciones y contínuos flashbacks, que fluctúan entre la nostalgia, el deseo, la penitencia e incluso el humor. Vivimos entonces los mejores momentos del film, aquellos en los que Boyle sabe eludir con sabiduría los caminos del morbo que la trágica situación del protagonista tienta a invadir y se adentra en los sentimientos primarios de éste, con la adecuada elegancia y buen gusto, dentro de la penosidad y el dramatismo de lo que refleja las imágenes. Una situación de terror progresivamente creciente que desemboca en la famosa secuencia que ha alzado publicitariamente al film y que Boyle recrea, dentro de su crudeza y carnalidad, con celeridad y sin acentuación.

127 horas no llega al alto nivel que alcanzó Enterrado, de Rodrigo Cortés, ya que mientras aquella demostraba que era posible contar una historia con mínimos recursos, aquí se recurre, con evidentes logros y cuidada ejecución, a mostrar el miedo y la desesperación del ser humano asentándose en un argumento lineal y limitado, pero excelentemente apuntalado y apostando por la contención y la evitación del exceso y la gratuidad.

1 comentario:

  1. Te faltó comentar el importante papel que hace la música en el film, que ayuda mucho a la expresividad y sentimientos del protagonista. Realicé un análisis recientemente en El Auditorio.

    Aún así, muy buena crítica a una de mis favoritas de los Oscar.

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