No soy demasiado amigo de los homenajes póstumos, a pesar de que este humilde blog se ha hecho eco de alguno de ellos. Ha sido precisamente por uno de los lectores habituales, y sin embargo amigo, quien se extrañó de no haber comentado por mi parte nada acerca de la muerte de David Carradine. El mítico actor que se hizo famoso gracias a la serie Kung Fu fue encontrado en extrañas circunstancias en un hotel donde se hallaba alojado, con una cuerda que rodeaba sus genitales (algo que han venido a llamar accidente sexual). Sin duda su desaparición, y más con la incógnita sembrada con la forma de morir, ha sido un mazazo para el mundo del cine, pero lo mejor en estos momentos siempre es recordar la obra del protagonista. Me quedo con una de sus últimas apariciones, Kill Bill 2, de Quentin Tarantino donde, en un maravilloso blanco y negro y en una secuencia que evoca a John Ford por los cuatro costados, mantiene una conversación con la novia, Uma Thurman. Brillante diálogo (algo habitual en Tarantino) para una soberbia película dividida en un díptico.
Fue grande hasta en su muerte. Grande de cojones.
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