Que nadie se lleve a engaño. Robert Rodriguez no es un gran director de cine, no se le conoce película alguna de provechosa trascendencia emocional, reflexiva o intelectual. Rodriguez es la vena más salvaje y desprejuiciada de Tarantino, un privilegiado que rueda el tipo de películas que él adora y profesa una extrema devoción, sentimiento que es compartido por gran parte del público, ávido de recibir elementos primarios en el ser humano, esto es, violencia y sexo.
La anterior propuesta de Rodriguez, Planet terror, desconcertó a unos y encandiló a otros, ya que exhibía un nostálgico desfile de casquería de aparente bajo presupuesto con el que era difícil no comulgar y compartir una cercana simpatía o, al menos, esbozar una sonrisa por lo absurdo y exagerado de su apuesta. Si la gallina sigue dando huevos de oro, era lógica su explotación, y así parece resurgir un género, el del Grindhouse, que hoy destaca más por sus planteamientos cómicos que por su calidad global. Nada parece tomarse en serio en "Machete", desde su puesta en escena, pasando por el efecto de película desgastada, las interpretaciones sobreactuadas de los personajes, sus personajes planos y carentes de carisma alguno, (especialmente los femeninos, meros objetos de deseo) su guión plagado de convencionalismos y falta de chispa y del que no difiere en absoluto de las infames obras protagonizadas por Chuck Norris, aunque con tendencia ideológica y política totalmente opuestas. "Machete" no es más que una sucesión de set pieces de acción, en la que sorprende el humor negro y la ocurrencia compositiva de las primeras, entre las que se intercalan secuencias de diálogo anodino, y que no consigue evitar su autoagotamiento, una desquiciante capacidad de magnetismo y un prolongado declive a partir del ecuador de su metraje, desembocando en un final risible y falto de todo rigor y epicidad. Ni siquiera las ínfulas del spaghetti western, las artes marciales y el espíritu televisivo consiguen hacer levantar cabeza a un producto que, a pesar de su descaro y de su pretendida simpatía por su intencionada defectuosidad, asiste a un desgaste progresivo que hace del chiste una broma de mal gusto.
"Machete" supone un divertimento de puertas para adentro, una broma interna para deleite de viejas glorias, almas en pena y amigos íntimos de Rodríguez, donde la hipérbole, la chulería y el cachondeo suplen al guión tradicional. Incluso el aire crítico que respira el film, con el trágico tema del surgimiento de un brote xenófobo en EE.UU. por la inmigración ilegal y las propuestas de leyes contra el éxodo mejicano quedan en un segundo plano ante la pericia del protagonista en su mayor arte, el del desmembramiento y la aniquilación. Lo cutre y la caspa están de moda, tras "Los mercenarios", llega este "Machete" dispuesto, según las palabras del mismo personaje que interpreta, a "sacar la basura". Quizás debería empezar por su casa.
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