viernes, septiembre 24, 2010

El gran Vázquez: Simpatía y desvergüenza

La irrupción del mundo del tebeo y del cómic en los cines no siempre, mejor dicho, pocas veces ha sido  productora de gratos resultados. Mortadelo y Filemón trataron, con mayor pena que gloria, trasladar sus peripecias aventureras a un celuloide que evidenció la abismal diferencia entre el papel y el cine. Por ello, el acierto principal de El gran Vázquez es haber empleado este universo de la tinta y el papel únicamente como instrumento vehicular del retrato de un personaje digno del mejor de las tiras cómicas. 

Santiago Segura encarna a un Manuel Vázquez despreciable como persona y genial como artista, interpretando con solvencia los pasajes cómicos, aunque evidenciando sus carencias actorales en las secuencias donde el dramatismo copa protagonismo, defectos que se ven sabiamente ocultados con el sensacional apoyo de lujo de los secundarios, destacando a Alex Angulo, Enrique Villén y Manuel Solo. El film destila encanto y simpatía a raudales, máxime con la estupenda recreación de la Barcelona del 64 donde realidad y ficción cómica van de la mano, gracias a un humor blanco, inocente y socarrón, que incita a la carcajada merced al esperpento y la desvergüenza destiladas  por el protagonista. A pesar de su soltura, la película muestra síntomas de excesivo perfilado del personaje central (toda ella es una descripción del genial dibujante), y desprende un cierto estancamiento narrativo especialmente en el último tercio de metraje, aunque estos fugaces baches son inmediatamente superados y olvidados por una genialidad cómica.

La carencia de moralidad alguna y de valores de Vázquez, a pesar de aferrarse a unos principios más que discutibles, es sin duda el punto álgido y eje central del film, donde radica el peso del mismo y en torno a él giran las distintas ramificaciones narrativas que, con mayor o menor acierto, van surgiendo sobre la marcha. Esta disgregación nos permite conocer personajes ilustres como Francisco Ibáñez, descubrir episodios reales aunque aparentemente inverosímiles del dibujante, y, por encima de todo, admirar su obra y dedicación a sus personajes de ficción. Oscar Aibar demuestra su sabiduría del particular universo del cómic (no en vano comenzó viviendo de él) y firma su mejor película hasta la fecha, que no sólo engrandece su expediente personal sino que revitaliza, aunque sea brevemente, una carrera la de la cinematografía española no precisamente boyante ni la de que presumir. 

Sin ser una comedia de altura, El  gran Vázquez hace digno honor, mediante su espíritu anárquico y desenfrenado, a los tebeos a los que todos nos hemos asomado en algún momento de nuestra vida y que debemos mostrar a generaciones presentes y futuras. Vázquez así lo habría querido (siempre que hubiese remuneración a cambio, claro).

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