
Tras el traspiés que supuso Death proof, tanto a nivel de crítica como de público, por su excesivo ombliguismo y su vacuidad literaria, Tarantino se atreve con la Segunda Guerra Mundial, pero no al uso, de corte épico y grandilocuente, sino adaptándola a su particular visión. Desgraciadamente, el realizador busca desesperadamente la película que vuelva a otorgarle la calificación de "revolucionario" del cine, como sí consiguió con Pulp fiction, y ni el desequilibrado díptico misceláneo de Kill Bill, ni el estrépito de Death proof, ni esta descompensada "Malditos bastardos" le volverá a hacer ser mercedor de tal distinción. Y es que, a pesar de cambiar el escenario, las mismas premisas están presentes en su nuevo proyecto. Tomando muchos referentes, como el spaghetti western, el cine europeo bélico de los 60 y 70, el evidente homenaje a "Doce del patíbulo" y un elenco de actores convicente (encabezados por Cristoph Waltz, en absoluto estado de gracia), Tarantino fantasea, de nuevo a través de perspectivas formalistas y excesivos diálogos, brillantes, pero absolutamente fuera del contexto fílmico, con un cambio de rumbo radical a la Historia contemporánea.
En esta ocasión no hay fragmentación y posterior desordenación secuencial, de modo que el espectador no se verá abocado a resolver al puzzle composivo que el director le plantea. La linealidad que recorre el metraje, unido a esa división en cinco capítulos, no logra sino acrecentar la sensación de hieratismo y tedio en determinadas secuencias (como el cuarto capítulo, totalmente innecesario, aunque Tarantiniano al 100%). Por otro lado, y como ya ocurriera en su anterior film, los destellos de brillo y savoir faire son intermitentes (es el caso del primer y quinto capítulos, narrados , en el caso del primero, con un sobresaliente, y Leoneano, sentido del suspense, mientras que el quinto fluctúa entre la comedia (esos falsos italianos son tronchantes) y el fatalismo ejemplificado en forma de incendio, con un añadido moral (el asesino queda marcado de por vida). Un análisis global del film invita a reflexionar sobre la discutible necesidad de dilatar hasta el hastío determinadas secuencias, especialmente en el caso que nos ocupa, ya que la estructura argumental, simple y escueta, no puede soportar tal cantidad de diálogos sin rumbo ni dirección y que parecen alargar sin fin el metraje tan sólo con la única finalidad de demostrar, por parte del director americano, su valía como escritor, algo que, a estas alturas, parece redundante e innecesario.
Con todo, Tarantino vuelve a demostrar su afición por las películas descatalogadas, por la montaña de películas de saldo del videoclub, y lo traslada a un guión propio, con un uso singular de la música, impredecible aunque eficaz, pero vuelve a ahondar, llegando a ser reiterativo, en los recursos que en el pasado le concediesen la distinción de enfant terrible del cine. Hoy Tarantino no tiene que demostrar nada, y tan execrable es el fanatismo exacerbado como la persecución a rajatabla, por lo que "Malditos bastardos" no supone su obra maestra ni su descenso a los infiernos. Tan sólo estamos ante un film peculiar, fugazmente sobresaliente, pero excesivo y anárquico en sus postulaciones narrativas. Distinción sí, pero no a cualquier precio.
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