No quiero hacer aquí, para evitar malinterpretaciones, una rajada de la juventud actual que, como todo en esta vida, adolece de severos defectos pero también posee sanas virtudes (las generalizaciones nunca han sido buenas). Pero uno se plantea, tras visionar esas imágenes grabadas con un móvil que delatan que hoy cualquiera puede ser periodista, donde la policía se enfrenta a multitud de jóvenes en una batalla campal en Pozuelo de Alarcón, muchas preguntas e inquietudes.
No soy partidario del botellón, no lo considero en absoluto ni constructivo ni, por supuesto, higiénico, pero no abogo por su prohibición. Los jóvenes han plantado cara al alto precio del alcohol mediante formas alternativas de "ocio", otra cosa es que sean más o menos acertadas, es decir, si realmente se busca el mero disfrute junto a amigos y una copa que anime el matabolismo o, por el contrario, y me temo que por aquí van los tiros, el fin deseado es la borrachera injustificada. Es un hecho, está ahí, cada cual deberá elegir si quiere formar parte del rebaño o no, a pesar de que ese rebaño no sea lo suficientemente cívico como para recoger la suciedad creada o tratar de no pertubar, en la medida de lo posible, el descanso de los vecinos que precisan de silencio. Cuestión de civismo y educación, algo que por aquí, por desgracia, no se ve en exceso.
Pero sin duda lo más preocupante es lo evidenciado el pasado sábado en Pozuelo de Alarcón. Todos creíamos al ver las imágenes que estábamos ante la común manifestación antisistema, antifascista o antialgo, que, por muy legítimos que sean sus fines perseguidos y muy pacífica que pretenda ser, siempre acaba en altercado policial donde todo el mundo se excede, manifestantes y policías. Es la guerra urbana y no hay normas, todo vale. Pues no, lo inquietante es que los protagonistas eran jóvenes estudiantes, muchos de ellos de alto nivel adquisitivo, que no perseguían un fin (véase social, político, medioambiental, etc.), sino la pura diversión. Uno lanzó una botella, el otro le respondió, y así la cadena se fue extendiendo hasta llegar a un estado de sitio donde no existían manifestantes ni represores, tan sólo verdugos, de uno y otro bando. ¿Niñatos aburridos en busca de nuevas experiencias? ¿Abuso de derecho? ¿Falta de educación? ¿Brutalidad policial? Probablemente todas estas respuestas tengan una respuesta positiva, pero hay que pensar que todo ello no surge de la nada, sino que siempre hay un punto anterior que flaquea y da pie al error. Educación ante todo, por favor.
No soy partidario del botellón, no lo considero en absoluto ni constructivo ni, por supuesto, higiénico, pero no abogo por su prohibición. Los jóvenes han plantado cara al alto precio del alcohol mediante formas alternativas de "ocio", otra cosa es que sean más o menos acertadas, es decir, si realmente se busca el mero disfrute junto a amigos y una copa que anime el matabolismo o, por el contrario, y me temo que por aquí van los tiros, el fin deseado es la borrachera injustificada. Es un hecho, está ahí, cada cual deberá elegir si quiere formar parte del rebaño o no, a pesar de que ese rebaño no sea lo suficientemente cívico como para recoger la suciedad creada o tratar de no pertubar, en la medida de lo posible, el descanso de los vecinos que precisan de silencio. Cuestión de civismo y educación, algo que por aquí, por desgracia, no se ve en exceso.
Pero sin duda lo más preocupante es lo evidenciado el pasado sábado en Pozuelo de Alarcón. Todos creíamos al ver las imágenes que estábamos ante la común manifestación antisistema, antifascista o antialgo, que, por muy legítimos que sean sus fines perseguidos y muy pacífica que pretenda ser, siempre acaba en altercado policial donde todo el mundo se excede, manifestantes y policías. Es la guerra urbana y no hay normas, todo vale. Pues no, lo inquietante es que los protagonistas eran jóvenes estudiantes, muchos de ellos de alto nivel adquisitivo, que no perseguían un fin (véase social, político, medioambiental, etc.), sino la pura diversión. Uno lanzó una botella, el otro le respondió, y así la cadena se fue extendiendo hasta llegar a un estado de sitio donde no existían manifestantes ni represores, tan sólo verdugos, de uno y otro bando. ¿Niñatos aburridos en busca de nuevas experiencias? ¿Abuso de derecho? ¿Falta de educación? ¿Brutalidad policial? Probablemente todas estas respuestas tengan una respuesta positiva, pero hay que pensar que todo ello no surge de la nada, sino que siempre hay un punto anterior que flaquea y da pie al error. Educación ante todo, por favor.
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