John Rambo sigue dando que hablar. Si algo ha conseguido esta cinta, que revitaliza la saga bélica de los años 80, es acaparar la atención de, por un lado, la cara amable, es decir, la cinefilia nostálgica, y, por otro, aquellos a quienes no les ha gustado un pelo el evidente mensaje que fluye en la película. Para aquellos que no hayan visto el film en cuestión, y sin ánimo de destripar nada (aunque su guión es imposible de destripar por lo consistente y sólido del mismo), John Rambo se desarrollo en Birmania, tomada literalmente por el ejército, a quienes Stallone muestra como máquinas implacables de torturar y matar, sin consideración ni piedad algunas. Obviamente, Sly les va a devolver el regalo con las mismas artes, pero con el doble de contundencia y vigor.
Esta visión de la Birmania actual (que recordemos no celebra elecciones desde 1990, cuando las ganó la Premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, y que a día de hoy esa victoria aún no ha sido reconocida por el partido oficial), no ha gustado a las autoridades de ese país, y por tanto ha iniciado una cruzada contra la distribución de la película. No sólo la exhibición del film está prohibida, sino que se ha procedido a la imposición de penas de prisión a aquellos que distribuyan deuvedés falsos de la película (por una vez no se persigue la piratería, a pesar de que desgraciadamente lo que se fomente sea la censura).
Triste realidad para un país en el que se libra una encarnizada batalla entre el Ejército y la guerrilla (Unión Nacional Karen), desde hace más de cuarenta años. Al final habrá que reconocerle méritos a Stallone por acercarnos este conflicto olvidado, en vez de tanto escupirle a la cara por sus dos últimos largometrajes.
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