Esta tarde he asistido a una de esas escenas que te hacen reflexionar sobre la (in)justicia social y la crueldad, a veces involuntaria e inconsciente, de lo que llamamos ser humano. Conducía mi coche dirección al trabajo cuando, parado en un semáforo, un coche descapotable, algo antiguo, pero elegante, se posiciona a mi derecha. Lo conducía un señor de avanzada edad, que portaba una visera, y que aparentaba no tener problemas de solvencia en estos momentos difíciles que atraviesa nuestra economía. En ese momento veo que un mendigo, ataviado con una muleta, cojeando, se acerca hacia la cola de coches en busca de una preciada moneda. Cuando llega al coche de lujo, su conductor, sin mirarle a la cara, se limita a subir la ventanilla, acto que aún no acabo de comprender, ya que si pretendía evitar un ataque del mendigo de poco le servía subir una ventanilla en un descapotable.
¿Qué miedo tenía este hombre? ¿Era miedo a una reacción inesperada del mendigo o simple desprecio? Es una imagen que, no sé por qué, me ha calado hondo y me ha provocado tristeza por el carácter egoista del ser humano.
El mendigo, consciente del rechazo del conductor del vehículo de lujo, se ha girado resignado hacia mi. Le he mirado a la cara y, con cara de desolación, le he dicho: "No, lo siento".
¿Qué miedo tenía este hombre? ¿Era miedo a una reacción inesperada del mendigo o simple desprecio? Es una imagen que, no sé por qué, me ha calado hondo y me ha provocado tristeza por el carácter egoista del ser humano.
El mendigo, consciente del rechazo del conductor del vehículo de lujo, se ha girado resignado hacia mi. Le he mirado a la cara y, con cara de desolación, le he dicho: "No, lo siento".
Pues haberle dado tú algo, él te dió pena o sea que estás en deuda.
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