martes, julio 01, 2008

Una joya en bruto

Lo bueno que tiene la televisión por cable es que, como espectador, no te encuentras atado a la putrefacta programación que canales públicos y privados te someten diariamente, y la libertad de acceder a contenidos selectos como cine, documentales, deporte o lo que te venga en gana supone un soplo de libertad que, por un lado, proporciona alivio y, por otro, desazón por tener que acudir al desembolso económico para tener acceso a una televisión de calidad. Y es así, zappeando, cuando esta noche me he topado en el canal Cinemateka, con una de las joyas cinematográficas de los años 80 que he aceptado de buen grado revisar, "El hombre elefante", y que supuso el segundo largometraje del genio David Lynch, quien, tras su surrealista e infravalorada ópera prima, "Cabeza borradora", retomaría con posterioridad la senda de lo críptico y turbador.

"El hombre elefante" es una obra maestra, donde podemos ver a dos jóvenes John Hurt y Anthony Hopkins en sendos gloriosos papeles, apoyados por la irrepetible Anne Bancroft. La película narra la historia verídica de John Merrick, un hombre que, durante la época victoriana, nació con una malformación que le condenó a ser un mera exposición de feria, viéndose abocado a la sorna y a la burla del pueblo. La película, rodada en un magistral blanco y negro y aderezada con una soberbia música de John Morris, es una clara denuncia a la sinrrazón humana, a la superficialidad y la crueldad innata del hombre y al miedo a lo desconocido, ante lo cual la única salida es la destrucción, planteando así una magnífica dicotomía al espectador sobre quién es realmente el monstruo. Una película que deja compungido al espectador y que muestra la estupidez humana ante la búsqueda de la perfección y la belleza, ese canon de belleza que nadie sabe quién ha impuesto y que condena al hombre al ridículo y a la intolerancia.




Como acompañamiento musical, no me resisto a colgar el glorioso Adagio para cuerdas de Samuel Barber que resuena en la última secuencia del film, y que también fue empleado por Oliver Stone de sabia manera en Platoon. En ambas películas, el tono poético que impregna esta melodía eleva la secuencia y consigue que quede en la retina del espectador.

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