¿Quién podría imaginarse que en estas fechas, donde el consabido traje rojiblanco del orondo Santa Claus invade nuestra intimidad y, los desfiles de dibujos animados y las producciones dedicadas exclusivamente a aquellos que miden menos de un metro pueblan las pantallas cinematográficas, iba a ver dos estupendas películas? La primera de ellas, estrenada para mi gusto en malas fechas (de hecho, no llegábamos a cinco personas en la sala), es la última propuesta del taiwanés Ang Lee, "Deseo, peligro", flamante y reciente ganadora del León de Oro en Venecia. y no puedo sino rendirme a los pies de Lee, pues tras la sobrevalorada, en la modesta opinión de quien suscribe, Brokeback mountain, el personal realizador ha adaptado un relato corto que puede evocarnos en su argumento a "Encadenados", de Alfred Hitchcock, o a la más actual "El libro negro", de Paul Verhoeven, pero que la técnica del oriental le otorga un sello y un estilo propios y de calidad. Así, Lee enfatiza las miradas de los personajes (magnífico dueto protagonista), subraya los silencios, que hablan por sí solos, y lo que es mejor (y molestará a muchos), se toma su tiempo para narrar. Narra con pausa pero con precisión, porque a medida que avanza el metraje las piezas van ensamblando a la perfección, y la media hora inicial que parecía no contar nada cobra pleno sentido. Por si fuera poco, las escenas de contenido sexual, tan polémicas y comentadas, esán rodadas con una intensidad y pasión que desde hace tiempo no veía, siendo el referente inmediato la magna obra de Nagisha Oshima, "El imperio de los sentidos"; con la que guarda cierta similitud. Hermosísima película a la que no le sobra un solo plano, que apuesta por los personajes y su evolución, magníficamente narrada y dotada de un vigor y un savoir faire inusitados. Todo ello coronado por los estupendos y melancólicos temas musicales de Alexandre Desplat, en pleno estado de gracia. Dejen sus complejos en casa y vayan a verla, volverán a creer en el cine.
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