De piedra me he quedado esta mañana al leer en el periódico, en edición digital (¡vivan las nuevas tecnologías!) la triste noticia de la muerte de Sidney Pollack. Bueno, perdón, ante todo presento mis más sinceras disculpas ante el acuciante retraso que ha ido acumulando este blog, tras más de dos semanas sin postear, aunque en esta ocasión tengo una buena y comprensible coartada (ya la desvelaré).
Volviendo a la noticia en sí, aunque no soy amigo de los repasos bio y filmográficos (para eso ya están los informativos y los programas especializados), sí que me gustaría hacer un breve acercamiento a la obra de Pollack. Agitador de conciencias como pocos, supo aunar la crítica político-social con el mercado hollywoodiense, consiguiendo hacerse un nombre entre los grandes de la industria cinematográfica. Es cierto que se le recuerda más como director, quizás fue su faceta más acertada, pero también cabe recordar que ejerció las labores de producción y de actor (¿quién no lo recuerda en "Maridos y mujeres", de Woody Allen, o en la obra póstuma de Stanley Kubrick, Eyes wide shut?).
Amigo de Robert Redford, máximo impulsor del Festival de Sundance, se convirtió en uno de sus actores fetiche, y se puede decir que, gracias a Pollack, Redford consiguió la fama reconocida que ahora tiene. Así, nacieron películas como "Propiedad condenada", "Los tres días del cóndor", "El jinete eléctrico" o "Las aventuras de Jeremiah Johnson". El realizador desplegó su buen hacer tanto en el western, como en los melodramas y en el cine político y thriller judical, siempre con unos mínimos de calidad exigibles, a pesar de algún que otro patinazo como el remake de la obra maestra de Billy Wilder, "Sabrina".
Sin duda, el año de Sidney Pollack fue 1985, cuando el melodrama romántico "Memorias de Africa" se alzó con dos Oscars, uno de ellos como mejor director. La película, uno de los grandes éxitos de taquilla de aquel año y que, a día de hoy, sigue enamorando a medio mundo (gracias, en gran parte, a la fabulosa música de John Barry), aunaba la genialidad interpretativa, ahí es nada, de Robert Redford y Meryl Streep. Tres años antes había conseguido transvestir a Dustin Hoffman, en la genial y acidísima Tootsie.
Desde las películas más conocidas y orientas al gran público, hasta aquellas que, por una u otra razón, pasaron desapercibidas, sin duda la aportación de Sidney Pollack al mundo del cine es más que estimable y meritoria, erigiéndose como un modelo a seguir tanto por directores como por productores, quienes apuestan cada vez más por proyectos prefabricados, productos de mero consumo rápido y faltos de cualquier trascendencia artística.
Recordemos como sincero homenaje una película de las que, a mi humilde juicio, considero de las mejores entre la enriquecedora filmografía de Pollack, "Danzad, danzad, malditos".