jueves, febrero 17, 2011

Saw VII 3D: Pieza a (des)pieza

Las noches de Halloween de los últimos años han servido no sólo como exaltación de una de las fiestas yanquis por antonomasia que celebra no se sabe bien qué, sino también como plataforma de lanzamiento y posterior expansión de una saga adscrita al (defenestrado) género de terror que comenzó con aires prometedores y que, con el paso de las posteriores entregas, ha devenido en un macabro pulso al aguante físico y psicológico al espectador, perdiendo todo su espíritu primigenio. Pocas sagas han sufrido tal grado de sobreexplotación, Viernes 13, Pesadilla en Elm Street, Halloween han sido vivos y vergonzantes ejemplos de un vacuo aprovechamiento de una seña de identidad en pos de un rédito económico a costa de la calidad y la lógica racional.

Saw VII se publicita como el cierre de la saga, y se agarra firmemente a la última moda del 3D, medida antipiratería de la que algunos alardean bandera en mano, y que imprime un halo efectista y poco amable con el resultado general de las películas, al tratarse, salvo la honrosa excepción de Avatar, de una tridimensionalidad impostada y en absoluto necesaria para la narración fílmica. La séptima entrega de la exitosa, a nivel exclusivamente económico, de la franquicia iniciada como un vehemente ejercicio de guión, trata de salvar los muebles, de poner parches a un queso emmental, de arreglar el desaguisado conformado por las cuatro, y si me apuran, cinco entregas anteriores, en las que las sucesivas escenas de tortura y crueldad humana se simultaneaban con verdaderas catástrofes resolutivas en el guión. En este sentido Saw VII, dentro de su inoperancia y su talante redentor, funciona a medio gas,  debiendo el espectador ser excesivamente indulgente y tolerar, por el camino, una nimiedad que los guionistas han venido a denominar argumento y que se ahoga en su propia simplicidad y su esquematismo galopante. Poco ayudan a elevar el tono las bochornosas interpretaciones de algunos actores, más interesados en cobrar el cheque que en dejar patente su valía artística.

Saw VII pone al límite la sensibilidad y raciocinio del espectador, que se ve obligado en más de una ocasión a apartar la mirada de la pantalla, al asistir a un espectáculo circense con ínfulas sádicas y gratuitas que le empuja a reconsiderar por qué decidió pasar por taquilla. A medida que se han ido sucediendo las distintas entregas, el nivel de brutalidad y ensañamiento ha ido aumentando, y la explicitud en lo meramente sanguinario se ha erigido como protagonista substitutivo ante la ineptitud de poder hilar una historia mínimamente coherente y atractiva, algo que ha tocado techo con este aparentemente último capítulo (cosa que no me acabo de creer). La saga se cierra, o eso dicen, con un triple salto mortal que eleva a la enésima potencia el grado de casquería y despiece hasta tornarse en una macabra, y no apta para estómagos sensibles, exposición enfermiza de torturas y sometimiento sin objetivo ni fin específico. Ante la falta de argumentos, efectismo, esa es la consigna.

Películas como la trilogía de Posesión infernal, el cine zombi de George A. Romero o de Lucio Fulci, e incluso la mediocre y reciente Zombis nazis hacen uso de un gore blanco, utilizado como arma cómica, casi autocrítica, de momentáneo efecto en el espectador, pero las últimas entregas de Saw se limitan al juego del gato y al ratón mientras en la sala contigua se despiezan, con todo lujo de detalles, los incautos y caprichosos personajes que caen en manos del malvado Puzzle, logrando el rechazo en el espectador pero por su puro artificio, su carácter manipulador y su carencia, más allá de lo estético y arquetípico, de recursos de peso que convenzan a un espectador cansado de ser salpicado con sangre ajena.

viernes, febrero 11, 2011

Winter's bone: Oro bajo la nieve

Hay películas de las que se debe partir de una base, y es la de la predisposición. Que nadie se lleve a engaño. No recomendaría esta película a alguien que me preguntara qué le recomiendo de lo que ofrece la cartelera actual. Winter's bone es de esas películas, como ya ocurriera con La cinta blanca, que los que nos autodenominamos aficionados, mal llamados críticos de cine, queremos egoístamente para degustar en soledad, aquellas que no nos incomoda ver con la sala vacía (aunque este no fue mi caso, a pesar de lo que pudiera denotar los ronquidos en estereo que provenían de sendos espectadores a ambos lados de mi asiento). 

Existe una cierta tendencia en el preludio hacia los Oscar de aperturismo hacia el cine independiente, aquel realizado sin alardes presupuestarios ni excesos tecnico-artísticos, quizás como una pose de cara a la galería para lavar la imagen del glamour hollywoodiense, como ocurrió el año pasado con la fallida Precious, o bien como un merecido reconocimiento a un cine diferente, expresivo, atrapado en sus propias limitaciones y condenado al respeto pero al pronto olvido. Debra Granik ha trasladado a la gran pantalla, sin artificios y de un naturalismo que asusta, aquella realidad que no deseamos ver, a la que damos la espalda, y que la protagonista debe afrontar, actuando como un adulto pero movida por su inocencia e inexperiencia dada su temprana edad. Así, la directora plantea un pulso al espectador no iniciado, y afronta un reto que supone, de manera consciente, ir descartando, cual escalera formada por fichas de dominó, espectadores, hasta llegar a aquellos dispuestos a ver más allá de la mera superficie narrativa y el ritmo marcado por las mainstreams

Winter's bone explota un esqueleto guionístico que se antoja suficiente como vehículo conductor para sobrellevar el peso del film, acentuando Granik su mirada en los lugareños, en el malsano ambiente que se respira en la America rural y profunda, y adoptando formalidades inspiradas en el western. Si se puede calificar a esta película, el adjetivo adecuado sería el de arriesgada, y es que su languidez y su ritmo pausado y reposado pueden hacer desesperar a muchos, pero entusiasmar a los pacientes, a los que consideran el fluir de los fotogramas como pilar maestro de lo que denominamos cine. A pesar de su aparente brusquedad, Winter's bone se presenta como un engranaje al que el devenir del metraje le va otorgando las dosis justas de aceite, desencadenando un previsible desenlace, pero no por ello carente de un potente efecto demoledor y aterrador. Cine adulto, muy exigente, rodado casi de espaldas a lo convencional, un grito al cielo reivindicativo y desesperado. Una de esas pequeñas joyas que merece revisionarse para captar su pura esencia, aquella que está en cada mirada, en cada silencio, en cada frase, en el aire que se respira.

miércoles, febrero 09, 2011

127 horas: Aaron, no descontroles


Película a película, Danny Boyle ha sabido quitarse la etiqueta que le dió la fama pero que le ha perseguido a lo largo del tiempo por muy esperanzadora que fuese su nueva propuesta fílmica: ser el director de Trainspotting. El realizador británico ha hecho incursiones, con mayor o menor acierto, en la ciencia ficción, en la comedia dramática, en la denuncia social y hasta en el terror, tratando de ofrecer una perspectiva diferente a géneros sobreexplotados y dotarles de un envoltorio formal atractivo a la par que arriesgado. Obviamente, ello ha generado disparidad de opiniones entre el gran público, y que abarcan desde la indiferencia y la absoluta frialdad hasta el entusiasmo casi contagioso, lo que conlleva a afirmar que Boyle es, cuanto menos, un director que trata de aunar el concepto de proyecto comercial y la aplicación de un sello personal.

127 horas se adscribe a la moda de describir situaciones límite del ser humano, donde la claustrofobia y la lucha contra la muerte y las interioridades vitales se tornan en protagonistas, minimizando así costes y proyectando un mensaje reflexivo al espectador, evitando la pretenciosidad y la pedantería, gracias a un ágil ritmo y un lenguaje visual apabullante. Es aquí donde la cinta de Boyle cobra su mayor atractivo y consigue sus más logrados aciertos, al sortear la parquedad de la premisa argumental y reivindicar el uso de los recursos visuales como impulsor del lenguaje narrativo. Así, asistimos a estrategias audiovisuales como el split screen, el video digital, la inserción de cámaras subjetivas y la naturalidad fotográfica que no sólo logran una sensación de verosimilitud en la historia, sino también una cercanía terrenal agradecida por el espectador y que potencia el magnetismo con su butaca.

El film posee una sencilla estructura tripartita equilibrada y que apoya el peso de su efectividad en su fase central, tras una breve pero ajustada presentación de personajes (o mejor dicho, personaje), que premoniza sobre la tortuosa sesión de dolor y arrepentimiento a la que se va a ver sometido el protagonista. Es precisamente en el ecuador del film donde salen a relucir la contienda psicológica que se libra en el personaje del montañista, a base de evocaciones y contínuos flashbacks, que fluctúan entre la nostalgia, el deseo, la penitencia e incluso el humor. Vivimos entonces los mejores momentos del film, aquellos en los que Boyle sabe eludir con sabiduría los caminos del morbo que la trágica situación del protagonista tienta a invadir y se adentra en los sentimientos primarios de éste, con la adecuada elegancia y buen gusto, dentro de la penosidad y el dramatismo de lo que refleja las imágenes. Una situación de terror progresivamente creciente que desemboca en la famosa secuencia que ha alzado publicitariamente al film y que Boyle recrea, dentro de su crudeza y carnalidad, con celeridad y sin acentuación.

127 horas no llega al alto nivel que alcanzó Enterrado, de Rodrigo Cortés, ya que mientras aquella demostraba que era posible contar una historia con mínimos recursos, aquí se recurre, con evidentes logros y cuidada ejecución, a mostrar el miedo y la desesperación del ser humano asentándose en un argumento lineal y limitado, pero excelentemente apuntalado y apostando por la contención y la evitación del exceso y la gratuidad.