Consecuente con la modernista tendencia de revisar y actualizar filmes del género de terror (cada vez más recientes, por otro lado), con el único fin de acercarlo al público adolescente menos exigente y extremadamente conformista, revive en la gran pantalla uno de los psycho killers que más noches de insomnio ha causado en la juventud ochentera, Freddy Krueger. Samuel Bayer, novato en el largo, se muestra cauto ante un producto que ya aterriza desgastado y reutilizado, adoptando una postura meramente ocular y sin extremar demasiados riesgos, lo que denota una fidelidad respetuosa con la película original que provoca el primer alivio en el espectador, que ha asistido a una degradación imposible de una saga que comenzó erigiéndose como innovadora y concluyó rescatada del lodo más pestilente. Aún así, la nueva entrega de Pesadilla en Elm Street trata de revitalizar un film que, aunque serio y honesto, le es achacable un evidente envejecimiento prematuro, lográndolo sólo en sus aspectos formales y tangenciales y, desgraciadamente, tirando por tierra el mayor logro del film de Wes Craven, dotar de carisma, a pesar de su frialdad y crueldad, al personaje de Krueger, que aquí desfila por la pantalla sin alma ni atracción ninguna. Bayer recoge el discurso original, calca muchas de las secuencias de la película de 1984 y se limita al mero reciclaje, a la introducción de elementos más sanguinolentos y a la realizacion semiautomática, sin aportar un ápice de novedad ni elaboración, apoyando en exceso su sentido del terror en el golpe de efecto y en el susto sonoro, técnica común en la actualidad y que denota flagrantes carencias narrativas y expresivas. "El origen" al que alude el título de la película no resulta ser más que una aclaratoria e infantil explicación, con tintes morales que resuenan a justificación marcadamente reaccionaria, del surgimiento icónico de Fred Krueger, lo que sirve en bandeja a su director a ofrecer un breve prólogo y una secuencia aislada, narrada en la saga original, y plasmada en pantalla en esta nueva adaptación. Se reduce con ello a la mínima expresión la labor reflexiva del espectador, a quien se le ofrece un plato precocinado y recalentado, listo para comer. Cuestión de los tiempos que corren.
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