Por recomendación de un sabio amigo, voy a hacer los posts más breves, ya que sé que el tiempo hoy en día es muy valioso y agradezco que empleéis parte del vuestro en leer estas líneas. Hoy os anunciaré una noticia local que a los buenos aficionados al cine nos ha causado un gran dolor, a pesar de que era esperada, el cierre de dos salas cinematográficas que ha conllevado que no quede en el centro de la ciudad ni un solo cine tradicional, exceptuando las dos salas en el casco antiguo dedicadas en exclusiva al cine de autor y de arte y ensayo. El auge de los centros comerciales, las estrategias macroeconómicas, el afán globalizador en el sector servicios ha provocado que el romanticismo de ir al cine se haya deteriorado y se haya convertido en un ritual de supermercado, hamburguesa y película. Triste, muy triste, si a todo ello le sumamos la falta de información a la hora de elegir película, pues antes se acudía a la sala con convicción y habiendo investigado sobre el film en sí, mientras que hoy de lo que se trata es de optar por la película de mejor nombre, la más publicitada o una al azar entre las catorce o quince disponibles en esos centelleantes letreros luminosos. Y por supuesto que no falten los condimentos, pues si antes se hacían insoportables las palomitas, ahora el tufo a nachos con queso y perrito caliente es el ambiente que sobrevuela la sala. El cine, en definitiva, se ha limitado exclusivamente al público juvenil, que puede disponer de tiempo, coche, y dinero para dejar una buena suma en una rutina consumista que ha acabado con la sana tradición de ir al cine en busca de cultura y no de un mero producto que forma parte de un proceso mercantilista. En fin, malos tiempos para la lírica.
martes, abril 26, 2005
martes, abril 05, 2005
Cine oriental de terror : ¿Innovación o tomadura de pelo?
Hace tiempo que me ronda la cabeza esta pregunta, y es que, desde que hace un par de años viera en una sala cinematográfica la película La maldición sigo cuestionándome si estamos ante una nueva corriente cinematográfica o simplemente ante una fórmula que se desgasta al tercer o cuarto intento. Cierto es que el film en cuestión me dejó una impronta que aún me cuesta olvidar, la imagen que el país nipón tiene del terror es muy distinta de la occidental (el manejo de la cámara, la sugestividad del terror, las visiones fantasmagóricas), pero me pareció que todo eran buenas intenciones, esto es, un superficial retrato paranormal en cuyo interior no había más que insignificancia. No obstante, provocó un ánimo de investigacion en mí y decidí adentrarme en este tipo de cine (no hay nada más hipócrita que ensalzar o criticar algo que no se ha visto), y empecé a comprender qué significado tenían esas teces blanquecinas, esos ojos maquillados, el pelo sobre la cara, y esos retorcimientos tan fugaces que efectúan los personajes que aterran a los protagonistas. La concepción oriental del fantasma es totalmente distinta a la occidental, y la leyenda de los muertos que atosigan y persiguen a los vivos, cuando éstos han tratado mal en vida a sus difuntos, es palpable (¿superstición?, quizás sí). A pesar de todo, considero que la fórmula, totalmente apartada del cine de terror norteamericano, empeñado en explotar la fórmula teen que pegó fuerte allá por los años 80, de la mano de Viernes 13 (Sean Cunninghman) y Pesadilla en Elm Street (Wes Craven); ha devenido hoy exageradamente agotada. Películas como La maldición, The eye o The ring no sólo han tenido sus respectivas secuelas en Japón, sino que han cruzado el charco y han sido objeto de remakes por parte de la factoría norteamericana, que han visto en el cine de terror japonés un filón inagotable y que han contado en sus filas con directores de la talla de Gore Verbinski (Piratas del Caribe, The mexican) o Sam Raimi (que dirigirá Dark Water), aunque en otros casos han sido los mismos creadores nipones quienes han abordado la conversión hollywoodiense.
El problema de estos filmes, a mi humilde entender, radica en su distanciamiento con el público occidental, que si bien se ve sorprendido en un principio por la propuesta, progresivamente va abandonando el proyecto y se ve desbordado. Leyendas legendarias, tradiciones familiares, escenas oníricas y surrealistas, flashbacks, giros narrativos y demás trucos cinematográficos saturan a un espectador que acaba la proyección agotado, y lo que es peor, con escasa predisposición a visionar de nuevo la película y así atar cabos (algo poco probable, ya que surgirían, casi con seguridad, mayores dudas al respecto). Personalmente no me parecen malas películas, ya que el cine de terror norteamericano actual es soporífero, nutrido únicamente de secuelas interminables y productos rancios destinados al engullimiento de palomitas, pero resulta difícil encontrar elementos de pavor en las películas niponas, y redundar siempre en los mismos elementos de choque no es sino un craso error que, considero, acabará pasando factura (ya ha ocurrido con películas como Llamada perdida, de un Takashi Mike totalmente desorientado). A pesar de todo, resulta interesante conocer los mitos y leyendas orientales, tanto si vienen reflejados en películas de artes marciales como las que profesa actualmente el realizador chino Zhang Yimou (Hero, La casa de las dagas voladoras), como las de terror (y es que el hombre del saco también existe en versión nipona).
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